El dilema del azúcar
El consumo elevado de azúcares afecta a la salud humana más allá de las calorías que proporciona a la dieta, según las últimas evidencias científicas
Por MAITE ZUDAIRE
Un reciente y polémico estudio publicado en la revista ‘Nature’ y referido a la potencial toxicidad del azúcar ha reavivado el debate en la comunidad científica por asociarlo a males crónicos actuales como la obesidad, la diabetes, enfermedades cardíacas, e incluso, el cáncer. La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria y Nutrición (EFSA) recomienda que entre un 45% y un 60% de la energía provenga de los carbohidratos, entre otros del azúcar, sin que este supere el 10% en forma de alimentos y bebidas procesadas. La clave está en cómo encontrar el equilibrio al comer este dulce que, a su vez, es un nutriente y tiene un gran vínculo con la sensación placentera que muchas personas sienten al comer dulce.
Los productos alimenticios muy procesados suponen en el conjunto de la alimentación una fuente elevada de azúcares, sobre todo, los dulces. El azúcar o los aditivos edulcorantes, como la fructosa, se añaden a los alimentos elaborados con el fin de proporcionar un sabor dulce o potenciar ese gusto. Pero los azúcares cumplen otras muchas funciones tecnológicas, como mejorar el sabor del producto tras los cambios experimentados durante el proceso de elaboración, actuar como conservantes para evitar el crecimiento microbiano o compensar o neutralizar la acidez del producto.
Alimentos altamente procesados: cuanto menos, mejor.
En el estudio publicado en ‘Nature’ participa Robert Lustig, del Departamento de Pediatría y del Centro para la evaluación, estudio y tratamiento de la obesidad de la Universidad de California, en San Francisco. En él se recogen datos del consumo promedio de azúcares en forma de refrescos por cada ciudadano estadounidense: unos 216 litros de refresco al año, con un contenido medio de un 58% de azúcar. Esto se traduce en un consumo superior a 600 Kcal diarias procedentes de los azúcares, más del doble del consumo que se estima en España.
En una dieta normocalórica de unas 2.000-2.200 Kcal, supondría el 30% del total de las calorías procedentes de los azúcares, solo de los refrescos, sin contar el resto de alimentos dulces que pueden formar parte de la alimentación cotidiana del individuo. Los expertos se pronuncian hacia un límite inferior en el consumo de azúcares procedentes de alimentos o bebidas procesadas, que no supere el 10% de las calorías totales de la dieta.
Este límite no es banal. Un creciente cuerpo de evidencia científica muestra que el consumo elevado y mantenido de azúcares afecta a la salud humana más allá de las calorías que proporciona a la dieta. La fructosa, uno de los azúcares más usados por la industria alimentaria, puede desencadenar procesos que conducen a la toxicidad hepática y al desarrollo de diversidad de enfermedades crónicas, como las coronarias. Incluso la Asociación Americana de Diabetes y la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) alertan de que ingestas elevadas de fructosa pueden derivar en complicaciones metabólicas como dislipemias, gota, resistencia a la insulina y un aumento de las reservas de grasa en los órganos.
Momentos dulces con azúcar
Con el paso de los años, el consumo de azúcar como tal o de alimentos dulces por naturaleza ha cambiado de forma sustancial. Hace décadas, en tiempos de nuestros abuelos, las frutas y la miel eran los dos alimentos dulces que formaban parte de la dieta cotidiana. Y estos alimentos estaban disponibles para nuestros antepasados solo durante unos pocos meses al año, en la temporada natural de recogida de frutas del lugar y en la cosecha de la miel custodiada por las abejas, más abundante hacia los meses de verano.
Pero en los últimos años, el azúcar y aditivos edulcorantes con similar función que la fructosa o la glucosa se ha universalizado, al multiplicarse la fabricación de productos procesados. Esto ha conllevado un consumo desmesurado de azúcar, para lo cual conviene hacer una reflexión y poner freno al exceso. Se puede comenzar por identificar los momentos del día, alimentos, platos y recetas a las que añadimos a menudo azúcar, y buscar y encontrar alternativas para reducir su consumo.
Espero haya sido de interés.